El primer postparto fue revolucionario, así, sin más. Fue un renacer.

Hace tiempo haciendo un curso sobre maternidad y postparto, leí que la dosis de hormonas que segregamos durante el parto, es tan bestial, que hace un reset a nuestro cuerpo que sólo vivimos una vez en la vida (cuando nacemos) y las veces que demos a luz a nuestros bebés. Así que es, biológicamente, un renacer real, que a veces nos confunde, pero que podemos aprovechar para construir nuestro nuevo yo. Porque, amigas, nada volverá a ser igual. No serás la misma. Y esto ESTÁ BIEN. Aunque asuste, aunque de un miedo atroz a veces no reconocerse: es como tiene que ser.

Así que reconociendo que el primero me arrolló a lo bestia, ya iba bastante preparada para el segundo. Pero, Ay! la vida, siempre nos guarda sorpresas.

El segundo postparto se vive diferente

Y sí, el segundo lo he vivido de manera muy diferente. Con mucha más paz. Serenidad, diría yo, pero nuevos miedos. Todo el aprendizaje del primero, sirve. Sabes que la soledad va a venir a visitarte, y que luego se va. Sabes que llorar ayuda, a sacar todo, a fluir. Además, ésta vez tenía un As en la manga; una Doula que me acompañaría las primeras semanas tras el parto. Todo en orden, pensé yo. Pero tenía un nuevo frente abierto: el hermano mayor. Uno que se ha visto envuelto en un fregao que ni se imaginaba: ahora, de repente, ya no todo gira a su alrededor.

Las primeras horas en el hospital fueron pura luz, calma. Sin visitas, el Sol se colaba por la ventana de nuestra habitación. Pasaban las horas dulcemente. Mi cuerpo, dolorido, pedía reposo. Dolía más que la primera vez. Rai dormía, mamaba con muchísima intensidad, volvía a dormir. Todo estaba bién. Pero era Domingo, y el cumple del Mayor (sí, mis hijos se llevan 6a menos dos días), así que pedimos el alta voluntaria. ¡Tenía tantas ganas de abrazarlo!

El primer encuentro fue muy especial, era su (mini) fiesta de cumpleaños. (Bruc, te debo una, con muchos globos y todos tus amigos, y muuuucho chocolate). Y el se encontró a su mamá sin barriga, con un bebé mini en las manos, chorreando leche: a su mamá cansada, diferente. Y ahí le vi las orejas a lobo en mi segundo postparto.

Estábamos todos desubicados. Y eso duró una semana, de realmente no saber bién dónde andábamos ninguno de nosotros. Estos días fueron duros: el mayor me reclamaba, yo tenía el peque encima casi siempre, pero quería estar con el mayor. No me encontraba bien: tenía la presión alta, me mareaba. Quería sacar fuerzas de dónde fuera para ESTAR con ellos. Recuerdo esos días borrosos, felices y tristes, con subidas y bajadas. Sólo se que en algun punto, decidí aceptar lo que estaba pasando, relajarme. No hacía ni una semana que había parido. Sabía qué era el postparto, ¿no? Simplemente acepté que todo estaba donde tenía que estar. Me había pillado otra vez queriendo correr más de lo debido.

La rutina nos ayudó

Y en una semana, empezaba el cole. Yo estaba preocupada: todo eso estaba siendo demasiado: un hermano, la vuelta al cole, su cumple. Muchas emociones juntas y difíciles de gestionar para un niño de 6. Aquí tengo que ser sincera: durante el verano lo vi tan maduro, tan responsable, tan empático, que pensé que no iba a haber una sacudida tan fuerte: y si la hubo. Pero el regreso a clases, contra todo pronóstico, nos puso en hora.

Y, de una forma más o menos orgánica, empezamos a seguir horarios, a organizarnos, a amoldarnos. Y fueron pasando los días y todo era más fácil. Yo tenía mis momentos durante el día para atender a Rai mientras el mayor estaba en el cole. En el cole, no había hermano pequeño y él tenía ahí su espacio intacto, que tanto necesitaba.

El peque ha sido muy tranquilo, mucho. Con 10 días íbamos de arriba para abajo al cole, a los entrenos, a los partidos, a la extraescolares. Y él, ni mu. Con mamá y con teta estaba bien (¡por favor, qué descanso!). En cuanto al descanso, muy muy rápido pilló el ritmo día/noche, y no se desvelaba (¡no se desvelaba!). Con algunas excepciones, un par de noches, todas los demás ha dormido seguido haciendo teta en sus despertares, y ya.

Así que a grandes rasgos, os diría que lo más difícil del postparto ésta vez no ha sido el recién llegado, ha sido el mayor. Por una parte, supongo que estaba tranquila sabiendo que Rai tenía todo lo que necesitaba (básicamente, estar conmigo todo el rato, bendito porteo), y sentia que quizá, a quien no estaba atendiendo era al mayor. En esos primeras días lo hablé con amigas que ya eran bimadres, y me ayudó muchísimo. Encontrar momentos a solas con el mayor fue clave . Y tambíen la paciencia, mucha paciencia. Y estar dispuesta a atender todo lo fuera saliendo.

Supongo que de manera inconsciente usé lo aprendido en mi primer postparto: salidas al Sol, comer bien, pedir ayuda…estar con amigas, hablar del parto. Tener a una Doula con quien poder compartir todo lo que estaba atravesando (los lunes, cuando nos visitaba, eran aliento y chute de energía). Cuidarme para cuidar.

Ha sido mucho más corto, y muy diferente al primero. A veces también me siento culpable, por qué negarlo, de lo rápido que va todo y de no haberlo podido saborear igual. Recuerdo las largas siestas con el mayor, los días en la cama, la necesidad de una ducha, y me queda muy lejos. Con éste ha habido mucho más movimiento, más energía.

No me atrevería a daros un consejo para atravesar el postparto: sóis únicas y vuestros bebés, también. Sólo os diría que busquéis, desde dónde estéis, la belleza del momento. Porque no se va a repetir. El primer postparto es único, y el segundo, también.

Un abrazo, Anna

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